Una hermosa figura se proyecta bajo el sol de la mañana; ella estaba en posición fetal, somnolienta, perdiendo toda su fe. Esa figura que parecía ser un príncipe con un caballo blanco, le estrecha la mano con una cálida sonrisa como seduciéndola. Ella lo acepta y la ayuda a salir del pozo donde estaba. Él se presenta, le hace una pequeña reverencia, y ella sonríe encantada. ¿Cuánto tiempo había esperado que alguien la viera y la rescatara de ese frío y solitario pozo? Este príncipe la toma fuerte de la mano, pero ella se suelta y se aleja, le explica que en tanto tiempo abandonada, no había podido lavar sus manos y que así no era digna de sostener su mano, ya que no quería estropear su bella vestimenta. Entonces él, sostuvo su mirada en los tristes ojos de ella, agarró nuevamente su mano y le dijo: "No insistas, no te soltaré". La muchacha sonrió dulcemente y le cayó una sutil lágrima. El caballero sacó un pañuelo blanco, la secó y limpió sus manos con el agua de un arroyo. Así, juntos recorrieron el mundo de la mano, días y noches enteros. Ella no podía creer que realmente esté pasando, que su sueño añorado por fin se haga realidad. Él le promete el mundo, el cielo con sus nubes y estrellas, hasta el sol y la luna, le expresa que nunca se sintió tan bien acompañado y ella no podía borrar la gran sonrisa de su rostro. Eran felices, estaban enamorados.Sophie S.
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